Por fin, lo he hecho. He llegado al Monte Sinaí, al mítico Jabal Musa, la montaña sagrada, la montaña de Moisés. ¿Que si creo en las historias? ¿Que si no? Da igual. Para mí, el Monte Sinaí tiene algo único, algo que va más allá de cualquier relato: una energía sagrada que habla directamente al corazón.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que sentí esa conexión especial con el Monte Sinaí. Mientras muchos sueñan primero con las pirámides de Egipto, yo siempre tuve claro que antes debía llegar a esta montaña. ¿Por qué? No lo sabía, pero a veces la vida te empuja con un “¡Es por aquí!”.
Y así fue, hasta que un día, en un curso, en una regresión, lo entendí: allí estaba yo, en otra vida, en el Monte Sinaí. Me vi como un hombre mayor, con una larga barba blanca, frente a una piedra enorme cubierta de escrituras en un idioma que no entendía… al menos no entonces.
Fue después de pasar 24 horas en el Monte Sinaí cuando todo cobró sentido. Como si al bajar la montaña, esa energía ancestral me hubiera hecho un “clic”. ¡WOW! Esa claridad, esa sensación de propósito y gratitud profunda, es algo que jamás olvidaré.
Y sí, la experiencia del Monte Sinaí es todo un viaje.
Y como todo buen viaje, el primer paso importante se encuentra al pie de la montaña: el Monasterio de Santa Catalina.
Este lugar es mucho más que una parada histórica; es el comienzo de la conexión con este lugar sagrado. Fundado en el siglo VI, este monasterio es un tesoro lleno de historia, espiritualidad y conocimiento. Aquí se encuentra la biblioteca más antigua después del Vaticano, un espacio que resguarda manuscritos y textos únicos cargados de sabiduría. Caminar por este lugar te envuelve en su magia y te prepara para el ascenso. Porque aunque el verdadero reto es la subida al Monte Sinaí, el viaje ya comienza aquí, en este rincón donde historia y espiritualidad se abrazan.
Un ascenso largo y emocionante hasta los 2.285 metros, con paradas perfectas para reflexionar, conectarte con el lugar, o simplemente disfrutar un buen té.
Una vez arriba, te espera el espectáculo de la puesta del sol con el imponente Monte Santa Catalina (la montaña más alta de Egipto) como telón de fondo. Una montaña también poderosa, que guarda los secretos de cristales milenarios cargados de información… la próxima vez la subiré (omg imagina esa connection!)
La noche en el Monte Sinaí – Jabal Musa… ¡qué decir! Fría como pocas (era noviembre), pero mágica como ninguna. Me sentí como Moisés, aunque, siendo honesta, espero que él estuviera allí en verano 😀 porque ¡vaya 40 noches más gélidas tuvo que pasar en su cuevita pequeña (también esta aquí arriba).
Aun así, hay algo especial en superar ese frío mientras te cubren el cielo estrellado y la luna. Y luego, el amanecer… ¡oh, el amanecer! No hizo falta moverme: desde mi saco de dormir, vi cómo el padre Sol iluminaba ese paisaje que me dejó sin palabras.
¿Y qué decir de la comida? Esa sopa de lentejas que me esperaba … ¡la mejor de mi vida! Cocinada en una de esas tiendecitas sencillas que parecen parte del paisaje. No sé si fue el hambre, la magia del lugar o ambas cosas, pero todo sabe mejor en el Monte Sinaí.
Bajar de la montaña fue como regresar de un viaje a otro mundo, una experiencia hipnótica, transformadora, casi como una ceremonia de ayahuasca (pero sin tomar nada!). El Monte Sinaí me llenó de su energía, y con él, cerré mi triángulo sagrado.
Y sí, no todo termina en el Monte Sinaí. Hay lugares mágicos a su alrededor que también valen la pena explorar.
En Santa Catalina, por ejemplo, hay un beduino llamado Dr. Ahmed. Es un chamán en toda regla, aunque aquí lo curioso es cómo se acepta dentro de su religión, tan distinta a la nuestra. Dr.Ahmed sana con plantas naturales que cultiva en su propio jardín, curando a la gente con remedios que parecen sacados de un libro de sabiduría ancestral. Una visita a él es algo que, sin duda, recomiendo. Es de esas experiencias que te marcan.
A un paso del Monte Sinaí también está Dahab. Dahab es una joya frente al Mar Rojo. Olvida el “todo incluido”; este sitio tiene alma. Dahab con su atmósfera beduina, auténtica, tranquila y mágica, es el lugar perfecto para desconectar del ruido y conectar contigo mismo.
Y cómo no mencionar el desierto del Sinaí. Cañones gigantes, paisajes que te dejan sin aliento y un silencio tan profundo que parece hablarte al alma. Aquí todo se siente diferente. Este desierto tiene algo especial: te envuelve, te conecta y te recuerda lo esencial.
Porque, al final, el Monte Sinaí no es solo un lugar; es un portal. Pero si te quedas solo con eso, te pierdes todo lo que lo rodea. Y créeme, esos rincones también saben tocar el corazón.
Si algún día quieres experimentarlo por ti mismo, estaré encantada de llevarte a mis sitios favoritos.
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Os deseo un año fabuloso, lleno de momentos que os inviten a conectar con lo esencial y a atreveros a experimentar nuevos caminos. Que abráis vuestro corazón a todo lo que la vida tiene preparado para vosotros, porque siempre hay espacio para la magia, la transformación y el crecimiento.
Estoy aquí para escucharos sin juzgar, para acompañaros en vuestro proceso, ayudaros a transformar y a encontrar vuestro propio camino. Desde donde sea que me encuentre, os envío un abrazo lleno de energía y luz, con la esperanza de que siempre encontréis vuestro lugar especial.
¡Nos vemos en el camino!
LOVE,
Karolina
DREAM BIGGER
Para ir abriendo boca y sentir un poco de la magia del Monte Sinaí, te invito a ver la película de mis 24 horas allí en mi canal de YouTube. Y si te apetece, suscríbete para no perderte más aventuras y retiros únicos.
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